Léeme atentamente. Esto es lo que nunca te supe decir:
Quererte surgió de repente. Sin más. Sin previo aviso. Sin darme cuenta del abismo que suponía la posibilidad de perderte. Incandescente, voraz, fue el tiempo que anduvimos dubitativos entre los errores y los perdones adolescentes causados por el miedo a ser comprendidos. Entendible fue la situación de idas y venidas, de dar por perdida la partida en la que no supe controlar ni el tiempo ni el espacio, ni si quiera tu forma de jugar.
La mayoría de veces no lo recuerdo del todo bien. No sé exactamente como pasó, ni cual fue la gota que colmó el vaso. Solo sé que pasó, y que tuvo que pasar. Y aunque estas palabras sean duras, más lo fue tener que callarme la verdad y mentirte para dar puerta a un adiós que significó para siempre.
Ahora me pregunto tantas cosas. Y una de ellas fue si de verdad tuvimos un motivo por dejar que todo se echara a perder.