Os agradezco que estéis leyendo estas líneas. Yo les doy vida, y con vosotros cobran sentido. No me leáis porque sí. Quiero que tengáis un motivo por el cual necesitéis o sintáis que, estas letras os van a contar algo y es lo que andabais buscando. Quizás muchos ya habréis desistido en el intento, cambiado de página o pensado: “qué pérdida de tiempo”. Si es así, no sigas leyendo y los dos haremos como si no nos hubiésemos conocido. Pero si no, te invito a mi pequeño rincón en el que publicaré tres entradas al día, en el que te haré participe, en el que te haré sentir que tienes un sexto sentido. Y sobre todo a hacerte creer que, de veras, existe una fibra sensible que puede inter-conectar con las personas.


lunes, 4 de abril de 2011

Carta de amor.


Han sido exactamente trece cartas las antecesoras de esta. La catorce, para San Valentín. La catorce para ti, mi amor.
Así es como te hago llamar, mi compañera en cada uno de mis viajes. La que me hace recordar el sentido que tienen las agujas del reloj, y el por qué merece la pena seguir viviendo.
“Quien no arriesga no gana” – Eso es lo que hemos aprendido juntas. Lo que nos quedará después de que llegue el día en el que esto acabe. Lo que nos unirá para siempre.
Me gustaría hacerte recordar las tardes del recreo, el subibaja, el pequeño balancín junto a aquella fuente que nos devolvía el aliento. El tobogán de color verde, que descoloría en nuestros pantalones. Y ese columpio al que tenias vértigo, pero que te ayude a afrontar con él tus miedos. Acompañándote en ese gran salto al vacío que dejaba a tus manos adoloridas y llenas de barro, tras la caída, pero que se quedaba pequeño comparado con tu mirada y esa sonrisa tan tuya que, se endulzaba con la pronunciación de tus labios; “a ver si me coges”. Y te ibas corriendo.
Esos días y cada uno de los momentos que compartimos sin darnos cuenta, y que se convierten en tan importantes. Como lo fue en aquella infancia, que encubrió nuestra felicidad, para luego volvernos a unir en aquella carretera. Una carretera voraz, insaciable, que casi nos quita la vida pero que nos juntó como lo que somos ahora; dos enamorados.
Por eso no habrá día en el que no te agradezca lo suficientemente todo lo que hiciste por mí después de aquel duro obstáculo que nos antepuso la vida. Las horas de espera cogiéndome la mano rezando por que despertara. Los años manteniendo la esperanza de que yo te pidiera perdón, y que todo se solucionase.
Y para que llegue ese momento, han pasado trece años. Trece cartas que nunca te escribí, y que sin duda debería haber escrito. Porque hay amores inquebrantables, indemostrables. Otros que nunca cuajan, o aquellos que enseguida pierden fuerza y se convierten en una ínfima llama, que se apaga y no vuelve a encenderse nunca. Pero de este amor apareció el día en el que naciste, y aunque tú no lo creas nunca dejó de existir.
Un amor que te necesitaba, que te esperaba y te añoraba. Un amor que ahora recuperará el tiempo perdido. Volverá a ser lo que siempre tuvo que ser. Un amor que me ha dejado cicatrices capaces de hacerme recordar que sigues siendo la niña de mis ojos.
Esa princesa del cuento interminable, pero que ahora ha madurado. Esa niña convertida en mujer, pero que todavía sigue siendo tan dulce como el primer día en el que pude cogerla entre mis brazos, y mecerla y ver como sonreía y lo acompañaba de un llanto.
Mi princesa. Mi hija. Mi amor más adorable.

Sueño contigo.


Se me va la voz, al pronunciar tu nombre. Incluso tu recuerdo no me llena el vacío que tengo por dentro. Ni si quiera el hecho de sentir que te tengo cerca. Porque el estúpido de mí, ya no puede hacer nada.
Fue efímero, pero fue. Y eso es lo importante. No necesito que me lo hagas saber, porque por las noches todavía apareces en mis sueños. Y eso significa que durante el día, y durante todo el paso de este tiempo; sigues pensando en mí.
Solamente me quedan esas preguntas sin respuesta, que me hacen saber que en la vida, a veces las cosas suceden porque sí; el como nos conocimos, el momento en el que todo iba perfecto, las subidas y bajadas propias de dos tontos que no aprecian lo que tienen. O hasta tú propuesta a olvidarme de todo, y perderte.

Y aunque tú no sepas ese por qué de todas estas cosas, y yo tampoco, me hace pensar que en algo fallamos los dos. Tú en no perdonarme, y yo en no pedirte perdón.

No me olvides, quiereme.



Haga lo que haga de nada sirve. Y lo que recibo a cambio es un adiós y un: ¿pero seguimos siendo amigos?
No entiendo las complejidades del amor. O por lo menos, lo difícil que es para ti tenerlo claro. Esas dudas que te inundan, por miedo o por temor a sentir que puede llegar el día en el que todo se acabe, me cansan y me hacen sentir un desquiciado.
Sí, no sé qué más puedo hacer para que me quieras. Y no me vengas con cuentos chinos de: "no es culpa tuya, si no mía. Ni si quiera yo lo entiendo". ¿Pero entender, el que? ¡ No hay que entender nada! Yo sólo te pido que me quieras, aunque no sea tanto como te quiero yo. Con una cuarta parte me conformo. ¡Pero quiéreme!
Podría esperar una vida, o dos por ti. Y todo eso si me quedara la esperanza de poder creerte, o de tener la certeza de que el día en el que te des cuenta de que me quieres, lo sentirás de verdad, o será la única salida a no perderme.
Lo único que puedo hacer ahora, es que pases un tiempo sin mí. Y así puedas darte cuenta de lo mucho que te he ido regalando día a día. De lo mucho que he hecho por ti, y que jamás ha hecho nadie, en tus dieciocho años de vida.