No sé exactamente qué es lo que me pasa. Si de veras soy un cobarde o simplemente es que no tengo ganas de nada.
Supongo que esta es una reflexión que sigue a muchas otras, y también que precede a otras muchas más. Pero lo que sí que sé con absoluta certeza es que no paso por uno de mis mejores momentos, y lo peor de todo es que he perdido eso que siempre he pensado: quizás escribiendo sobre ello, encuentre la solución o sin más se me pase.
He tocado fondo. Y confieso que esto a nadie más que a mí me entristece de tal forma que hasta quien no me conoce se da cuenta. No estoy bien, para que negarlo. Mi subconsciente me traiciona, y la poca experiencia que he podido ir acumulando a base de errores, caídas y tropiezos, me enseña ahora de manera fría y suculenta de que a pesar de lo muy fuerte que me crea, de la forma más simple me vengo abajo como la fila consecutivas de fichas de dominó y todo lo que resulta luego poner a cada pieza en su sitio.
Lo difícil de todo esto, por no poner otra gota en mi vaso del pesimismo, es no saber la causa del problema. Y a pesar de ello, una parte de mi me dice que quizá haya sido un acumulo de cientos de cosas que me he ido guardando poco a poco, y al final ha ocurrido lo más probable en estos casos: un estallido en el epicentro de mi corazón que ha sucumbido con una ola gigante cada lugar de mi cuerpo en el que todavía había esperanza, fuerza y fe, tal y como ha ocurrido recientemente en Japón.
Ahora más que nunca solo me queda buscar si, en cada uno de los cimientos que se han visto derruidos, queda alguna parte de mí superviviente a esta catástrofe. Y si así lo fuera, reconstruir todo aquello que creía que era importante. Devolver la esperanza, la fuerza y sobre todo la suficiente entereza de que es más fácil levantarse si te ayudas de quien te da la mano, si no te sientes solo, y si a pesar de todo aquello que crees que te supera, no te pierdes en errores que cometías cuando tenias quince años. Al “no puedo”, al “amigos estoy mal necesito ayuda”, o encerrarte en tu habitación dos días como si estuvieras enfadado con el mundo.
Porque hay cosas difíciles, y en muchas de ellas te verás solo.Sin nadie. Y en esos momentos es cuando debes demostrar a la vida cuánto es lo que vales. Encontrarte a ti mismo, y seguir adelante.