Os agradezco que estéis leyendo estas líneas. Yo les doy vida, y con vosotros cobran sentido. No me leáis porque sí. Quiero que tengáis un motivo por el cual necesitéis o sintáis que, estas letras os van a contar algo y es lo que andabais buscando. Quizás muchos ya habréis desistido en el intento, cambiado de página o pensado: “qué pérdida de tiempo”. Si es así, no sigas leyendo y los dos haremos como si no nos hubiésemos conocido. Pero si no, te invito a mi pequeño rincón en el que publicaré tres entradas al día, en el que te haré participe, en el que te haré sentir que tienes un sexto sentido. Y sobre todo a hacerte creer que, de veras, existe una fibra sensible que puede inter-conectar con las personas.


miércoles, 30 de marzo de 2011

Aviones de papel.


Encendí la luz de mi habitación, y me senté en la silla de mi escritorio. Abrí el cajón, y saqué un par de folios. Tenía ganas de escribirte.
Cogí mi bolígrafo preferido. Sabes cuál te digo ¿no? Bueno, si no lo sabes te lo hago recordar; aquel que me regalaste.
Entonces, intenté que esta vez fuera mi imaginación la que me hiciera escribir. Todo esto, pensando en ti. Digo, lo intenté, porque no pude escribir nada. Miento. Sí que pude, pero nada lo suficientemente bueno, a mi gusto, como para ti.
Me frustré tanto, que la única papelera que había en esas cuatro paredes, parecía que llevase sin vaciarse una semana entera.
Estaba llena de bolas de papel arrugado. Parecía una montaña.
Yo, desesperado, me di cuenta de que ya no me quedaban más folios. Y eso sí que fue ya la hecatombe. No sabía qué hacer.
Lo único que quedaba de papel allí, o por lo menos lo que pude encontrar, fue un sobre de Iberia que venía a mi nombre. Entonces, se me ocurrió una idea.
Cogí las tijeras, y recorté la parte de atrás del sobre. Aquel “rectángulo”, mal cortado por mí,-ya sabes que no soy un “manitas”-, tenía un cierto parecido a todos aquellos folios que había desperdiciado, de una forma o de otra, y que ahora eran inservibles. – O por lo menos eso creí en ese momento.
Vacié la papelera y recogí cada bola de papel, una a una, repasando lo que en ellas había escrito.
Leí y releí desde la primera hasta la última palabra, de aquellos folios. Y cada vez que terminaba con uno, lo volvía a arrugar y lo lanzaba para encestarlo en aquella papelera. Al final, volvió a parecerse a esa montaña.
Pensé en todo lo que me rodeaba. En todo lo que estaba al alcance de mis manos. La idea, consistía en no hacer lo mismo de siempre. En hacer algo distinto. Algo original y que tuviera un sentido único. Algo que pudieras compartir solamente conmigo.
Dibujé una caja en el folio. Pequeña, pero bajo llave. La pinté toda de negro. Después de esto, hice un avión de papel, y en sus alas escribí tu nombre.
Abrí la ventana, y vino una racha de viento. Pensé que era el momento oportuno. Que no podía dejarlo pasar. Y sin dudarlo, lo lancé a volar.
Al cabo del tiempo, me doy cuenta de que en ese día me volví a equivocar. Al parecer, no tuvo un buen vuelo. Se estrelló a mitad de camino.
Ahora sólo me queda encontrar sus restos en aquella montaña de papel. Y rezar, porque esté todavía la caja negra. Quiero saber, que es lo que realmente pasó.

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